Reflexiones

 

 LOS LATINOAMERICANOS SOMOS RICOS

Autor: Victor Alejandro Galarreta

 

      Sentado en un banco rojo de los que se hallan dispersos aún por los pasillos del Decanato de Ciencias de la Salud de la UCLA, abrumado… disentí, por un segundo, de la temeridad de los estudiantes, los eternos oyentes acosados por las notas; de la idiosincrasia de los profesores, y de la calma de quien debe una tarea; y lo atribuyo, a la paradójica suerte de ver a una juventud sumida en una novedosa tecnología, a la carencia de principios, de valores sólidos y positivos, a la dinastía de los grandes inconformes, o, simplemente, al Hombre; son instantes en que emergen de mi memoria placenteros recuerdos de cuando cursaba el último año de bachillerato en medicina; y llega a mi mente una tarde que al salir de clase, divisé a un estático grupo de compañeros en una vetusta y lúgubre esquina de la calle Parinacochas, acompañado de un veterano y converso profesor que marcando el garbo y finura en el hablar; disertaba sobre la inconformidad de sentir a nuestra sociedad sumida en el subdesarrollo y mientras más se acercaba la tertulia a su inevitable final, yo juzgaba, que le salían alargados y tortuosos argumentos para defender su empalagosa polémica; sostenía que el Perú, era un país que se parecía a un mendigo sentado sobre un banco de oro. Tal enfoque sorprendente reflejaba en los rostros juveniles la ansiedad de querer desenmarañar a esa triste analogía.  Aún recuerdo, pero con bastante imprecisión, las tres horas mágicas de tan citadino y único momento. Pues de algún modo, apenas si puedo acercar a mi mirada la débil sombra entre la luz y la oscuridad dejada por la tarde fría de aquel crudo invierno y ver a los faroles verde oscuro iniciar su lento y tenue iluminar sobre las calles vacías de ese mes de agosto.

      Decían, con ingenuidad y ostentación: en esta tierra, bendita por el Divino Redentor en donde crece más de una veintena de variedades de papas, las cuales fueron diseminadas por los confines del planeta; el maíz, grano sagrado perteneciente a los dioses, sustrato alimenticio de la población mundial; el oro, la plata, minerales preciosos, que fueron causa de la destrucción y transculturización de nuestro pueblo, abundantes por siempre a lo largo de la cordillera de los andes; el océano pacífico que es más pródigo y fecundo que la imaginación misma; los autóctonos auquénidos, una fauna opulenta agrupada por su exquisita carne y fina lana; la flora compuesta de variadas especies que responde a las múltiples regiones y a la frescura de los andes, cordilleras que develan la gran abundancia de géneros madereros en la zona selvática de la Amazonía; la inmensa cantidad de agua dulce del imponente río Amazonas; el clima estable durante las estaciones de verano, otoño, invierno y primavera que permite comodidad a sus sosegados habitantes todo el año. También hacían alarde del alto nivel académico en la instrucción profesional y técnica del factor humano de aquella generación, que con abnegación consiguió prepararse para provocar cambios substanciales en su vida y convencidos que esto era así, se vanagloriaban de la grandeza que la instrucción del recurso humano representaba; en fin, sólo faltaba decir que el Arcángel San Gabriel debía bajar de los cielos para confirmar que esta tierra era el verdadero paraíso terrenal. Ya entrada la noche de ese fatigoso encuentro, aun no llegaban a explicarse ni el profesor, ni los discípulos, ni mucho menos a entender el porqué de estar inmersos en el innegable subdesarrollo, habiéndose analizado y demostrado hasta la saciedad que la abundancia de recursos naturales y humanos que el país poseía era más que suficiente para disfrutar de todas las bondades que los países desarrollados tenían. Pues bien, yo tampoco, pude plantearme una respuesta que hubiese satisfecho la inquietud de mi corta y tranquila adolescencia, y así transcurrió mi historia.

      Al establecerme durante la década de los ochenta en la apacible y económicamente estable Venezuela, encontré que la reflexión sobre el subdesarrollo de nuestros pueblos se fundía en el crisol de la misma interrogante; me di cuenta también, que la inquietud del venezolano es tan semejante a la que sentía en mi época de vigoroso estudiante, con la única salvedad que mi capacidad de discernir era otra. Cuando en la actualidad, los venezolanos nos sometemos nuevamente a este gastado ejercicio retórico, observamos en relación a la época, que únicamente ha cambiado el nombre de algunos recursos naturales y en el momento del diálogo, siempre aflora el tema de la faja petrolífera del Orinoco, que acá, decimos que es inagotable y representa una riqueza intrínseca incalculable, y jamás olvidamos relacionar al factor humano como el peculio mayor que disfruta este pueblo. Por lo tanto, si aquel análisis perfectamente extrapolable a las conversaciones de este tiempo se hiciera realidad, caeríamos nuevamente en la polémica del porqué continuar calificados como sociedades en continuo subdesarrollo.

 

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