Innovación Tecnológica:  ¿Destrucción de Empleos? *

PH02927J.JPG (83726 bytes)El miedo a perder el trabajo es uno de los miedos más mandones.¿Quién se salva del miedo a la desocupación?. ¿Quién no teme a ser un náufrago de las nuevas tecnologías o de la globalización, o de cualquiera de los mares picados que en este mundo son? Los oleajes que golpean varían de país en país: La ruina o la fuga de las industrias locales, la presión de la mano de obra barata de otras latitudes o el impacable avance de las máquinas, que humillan a la mano humana con su productividad inigualable y que no exigen salario, ni vacaciones, ni aguinaldo, ni jubilación, ni indemnización , por despido, ni nada más que la electricidad que las alimenta".

Eduardo Galeano. Los trabajos y los Miedos

El Nacional. 08-03-98. p. A-4

* Este artículo corresponde al primer capítulo del informe final de la investigación Venezuela y el desempleo tecnológico: Los casos de CANTV, Puerto Cabello y el Puerto de la Guaira, desarrollada a lo largo del año 1998 por los profesores José Madrid y Antonio Romero Milano. La misma contó con el auspicio del CI-DAC y el CDCHT.

  
Antonio Romero Milano
Sociólogo

Profesor Agregado DAC-UCLA

Coordinador del Centro de Investigaciones DAC-UCLA
 

La preocupación de las sociedades por los efectos de toda innovación tecnológica en los mercados laborales es de vieja data. A lo largo de las últimas décadas el tema ha adquirido un lugar especial en los espacios donde suelen suscitarse este tipo de reflexiones. Centros científicos, organismos internacionales, dependencias públicas y privadas, representan los escenarios predilectos en donde la variable tecnológica y sus repercusiones sociales, han sido objeto de intensas discusiones.

No se discute de la invalorable fuerza positiva que históricamente ha encarnado para el desarrollo y bienestar de la humanidad cualquier avance científico tecnológico. En tal sentido, vale hacer el siguiente reconocimiento: "...La tecnología, está hecha para producir bienes y servicios, y el mundo occidental aumentó de forma maravillosa su productividad, medida en términos de trabajo humano" (Derry, 1984). Pero los alcances de toda esa enorme lista de inventos, no sólo contribuyeron a la parte del planeta más desarrollada, sino que incluso, las zonas más deprimidas económicamente hablando, también han sido alcanzadas por los beneficios de los mismos. No está en discusión, obviamente, si tal uso de la tecnología ha sido equitativo por parte de todas las naciones. Sabemos de las inmensas brechas económicas, políticas, sociales y culturales que separan al sur del norte. No obstante, es un hecho irrefutable, que al menos, teóricamente, el avance tecnológico ha representado el mejor de los aciertos de toda la especie humana hasta el presente siglo.

En cierto modo las ideas expresadas anteriormente constituyen un juicio frente al cual el consenso pareciera unánime. Pocas críticas frente al mismo, pensamos, pudieran surgir. Las dudas sobre el tema, tal vez surjan cuando nos apartamos de la reflexión en abstracto y nos situamos en ejemplos concretos, que sobre la relación tecnológica, y efectos sociales, la historia hasta nuestros días registra de manera sospechosa. La primera revolución industrial inglesa, (1760-1780), dio un vuelco inusitado en materia de desarrollo económico y tecnológico. El papel jugado por la ciencia, en el marco de la aparición de la manufactura y posteriormente en la industria capitalista, es un hito de innumerables aportes. La máquina, como complejo sistema que le introdujo a la industria una velocidad indiscutible en el aumento de la productividad corrobora fehacientemente el salto dado por muchos pueblos, que a lo largo de sus experiencias locales se convirtieron en los líderes del desarrollo y progreso mundial. Pero al mismo tiempo, esta avalancha de máquinas y ampliación de los mercados internacionales, también trajo consigo algunos malestares en el orden de lo social. Sus efectos inmediatos se sintieron en el empleo y provocaron las reacciones naturales del caso. Enormes masas de asalariados ya para las dos primeras décadas del siglo XIX en Europa y de manera muy particular en Inglaterra, se sintieron amenazados por la introducción desbocada de nuevos sistemas técnicos, cuyo eje central lo constituía la máquina.

Un hecho un tanto identificado como de efímero por ciertos investigadores sobre lo antes expuesto, pero que pensamos ilustra una manera crítica de los trabajadores ingleses de la época en cuestión, lo representa la serie de acciones que éstos emprendieron contra algunas máquinas y empresas cuando comenzaron a experimentar determinadas molestias en materia de despidos. La introducción de nuevas máquinas redujo sensiblemente los puestos de trabajo. Una primera respuesta fue la destrucción de algunas de éstas. Se veía a las máquinas como la antítesis de la estabilidad del trabajador. En una Inglaterra pujante pero sin ningún tipo de legislación social-laboral que estableciera límites entre las partes, era previsible que se desatara también, una respuesta por parte de los empleadores. Algunos obreros fueron objeto de sanciones penales. Sin embargo, resulta pertinente introducir sobre el caso una opinión que aclara en términos generales, la dirección de aquella oposición ante las nuevas máquinas:

Aunque se ha afirmado insistentemente que las destrucciones de máquinas preconizadas por los ludditas1 reflejaban el rechazo del obrero contra el progreso técnico, Hobsbawm, argumentaba que su rebelión, más que contra la máquina y el avance tecnológico, era contra aquella cosa que amenazaba su estabilidad laboral y su nivel de vida (Cartay, 1991).

La oposición a las máquinas tuvo corta duración. El nuevo sistema económico incrementó sus avances técnicos. Sobre la máquina de vapor descansó el gran esfuerzo de los industriales que dieron paso a un vertiginoso desarrollo de las comunicaciones, en especial, con la aparición de los ferrocarriles y un nuevo estilo de vida que se materializó en las ciudades. Se organizaron los sindicatos y con éstos los trabajadores obtuvieron significativas reivindicaciones. Vino una segunda oleada de innovaciones científicas. Entre 1880 y 1920, la utilización del acero, del petróleo y de la química hizo posible la insurgencia de un nuevo tipo de industrias. Se consolidan las grandes empresas. El ferrocarril aumenta su velocidad. La electricidad revoluciona lo interno de todos los procesos productivos (Kliksberg, 1990).

El automóvil y el avión le imprimen un nuevo vuelo al capital. Estados Unidos y la Europa Central constituyen el centro de dominación económica a escala mundial; lo cual no indica que continuaran desapareciendo más puestos de trabajo como consecuencia de los cambios tecnológicos introducidos, sólo que en estas zonas la actuación del sector público fue creando un cierto tipo de seguridad social que hizo posible una mayor estabilidad del trabajador. En el caso de Europa, después de la Segunda Guerra Mundial el sector laboral, como también en los Estados Unidos, pudo gozar de eficientes sistemas de seguridad que no visualizaron como peligros eminentes cualquier cambio tecnológico que se introdujera a las empresas. Sobre este aspecto de equilibrio entre capital y trabajo, jugaron un papel determinante los poderosos sindicatos que surgieron tanto en los Estados Unidos como en Europa. No es que haya existido una política de pleno empleo permanente en estos países, sino que los sistemas de seguridad social que lograron crearse, compensaron en buena medida los altibajos que pudieron alterar o restringir la oferta del mercado de trabajo.

Los años gloriosos del Estado benefactor parecen haber llegado a un punto crítico. De nuevo aparece el factor tecnológico jugando un papel decisivo en la crisis que hoy estremece a la mayoría de las economías mundiales, y obviamente, que el tema del desempleo se coloca en el centro del debate. El desempleo estructural se argumenta que es el producto de la incorporación masiva tanto en la industria como en las oficinas de la informática. La economía mundial se mueve sobre rápidas computadoras y complejos sistemas de información satelital2 (Minsburg, 1994). El desempleo dejó de ser un estigma de los países de Africa, Asia o América Latina. Ahora con él también conviven los países ricos. Pero hasta allí no llega el dilema. El uso cada vez más masivo de todas estas innovaciones por la presión de la competitividad del proceso de globalización, hace que los pronósticos sobre la creación de nuevos puestos de trabajo hacia el futuro resulten extremadamente pesimistas.

Estas estimaciones advierten, en primer término, de una drástica desaparición de empleos a futuro, que comenzaría por alcanzar a los sectores menos calificados del mercado laboral. La reducción de costos de producción está en el ánimo de los empleadores. Se trata de la desaparición de puestos de trabajo donde lo tecnológico se convierte en la clave fundamental. Frente a las exigencias mundiales de la competitividad, los industriales argumentan que con un poco más de tecnología, se puede producir lo mismo o más utilizando menos personal. Citemos un caso: en Bélgica, en 1985 había 39.000 obreros que producían 10.600 toneladas de acero. Cinco años más tarde -1990-, sólo 21.200 obreros producían 11.500 toneladas. Es decir, 10 por ciento más de producción con casi el 50 por ciento menos de mano de obra (Cruz, 1995). Un segundo grupo de afectados por esta ola de despidos mundiales lo constituyen aquellos trabajadores y empleadas de respetables credenciales académicos. El rasgo que distingue estas nuevas políticas de reducción de mano de obra es que son auspiciadas por la introducción masiva de la inteligencia artificial. El acento que se coloca a esta nueva fase del capitalismo es la búsqueda de su más alta rentabilidad económica. El desplazamiento, incluso de la alta gerencia y de importantes segmentos directivos de las empresas y por supuesto, de cualquier trabajador medio, por esa compleja red tecnológica sintetizada en la robótica, no hace otra cosa que confirmar esa ancestral sed insaciable del capital de maximizar bajo cualquier excusa, sus aceptables ganancias (Toro Hardy, 1996).

Insistamos un poco más sobre el tema. Esta cruzada arrasante de la tecnología durante esta década, y que pareciera convertirse en pieza dominante del futuro, tanto en las empresas como en el sector público, amenaza, como ya se dijo anteriormente, a un importante sector de empleados cuya formación técnica e intelectual es de una calificación invalorable. Pongamos algunos ejemplos de este nuevo tipo de desempleo que encuentra como nuevas víctimas a los mejores pagados en el mundo. En la ciudad de Los Angeles, el First Interstate Bankcorp, el decimotercer mayor grupo bancario norteamericano, reestructuró en fecha reciente sus operaciones eliminando 9.000 puestos de trabajo. Tal reducción implicó a un poco más del 25 por ciento del total de su fuerza laboral. Otra empresa en los Estados Unidos en 1993, la Unión Carbide eliminó en esa misma perspectiva un total de 13.000 puestos de trabajo, algo así como el 22 por ciento del total de sus empleados. La misma empresa tiene previsto eliminar otro 25 por ciento más de sus empleados en el futuro inmediato. En 1994 la GTE despidió a un total de 16.800 empleados, todo esto dentro de una política de reestructuración. En otro extremo, Alemania, la Siemens ya para el año 1993 había reducido sus costos de operación entre un 20 y un 30 por ciento, sobre la base de haber despedido en varias de sus filiales en el resto del mundo a un total de 16.000 empleados. En Japón por su parte, la empresa de telecomunicaciones NET, en un racional plan de reestructuración anunció que eliminaría para el año de 1993 un total de 10.000 empleo y que como consecuencia del mismo, terminaría por eliminar cerca de 30.000 puestos más, cifra ésta que equivalía a un 15 por ciento del total de su masa laboral (Rifkin, 1997).

También en el Reino Unido el desempleo estructural presenta sus cifras. La empresa de telecomunicaciones British Telecom desde que fue privatizada en el año 1990, con el objetivo de reducir costos y de poder competir con sus rivales, ha eliminado un total de 100.000 empleos (Naik, 1998). Cifra similar también perdió la industria automotriz alemana en el año 1997, sólo que produjeron un 20 por ciento más de lo que registraron en el año 1996 (Dahbar, 1998). Pudiéramos seguir con las estadísticas de este penoso asunto. Lo cierto y contundente de esta situación, es que el desempleo de esta época ya no sólo aqueja al mundo de los pobres. En las economías más sólidas éste también actúa de manera alarmante y condicionado a unos violentos cambios tecnológicos, que parecieran no admitir demora.

Claro está que hay quienes afirman que este desempleo puede ser temporal. Unas empresas cierran, otras nuevas darán cupo a esa masa de recursos calificados y no calificados. Se dice que en esta etapa de reorganización de la economía mundial las nuevas áreas de la economía absorberán la mano de obra que es desplazada de las industrias tradicionales -automovilística, textil, siderúrgica, petroquímica y las instancias del sector público-. Con nuevo empuje el área de servicios (financieros, bancarios, seguros, telecomunicaciones e informática), serán los encargados de dar cabida a los expulsados del presente. Según este criterio, se perderán muchos puestos, pero aparecerán otros en el amplísimo espectro de los servicios. Esta opinión la sostiene Robert B. Reich en el texto "El Trabajo de las Naciones" (1993). Según este autor sólo existirán en el futuro tres tipos de trabajo, a saber, servicios rutinarios —capataces, encargados, gerente de línea, jefes de personal y jefes de sección— los servicios en persona —vigilancia, limpieza, vendedores minoristas, camareros, empleados de hoteles, conserjes, porteros— y los servicios simbólicos-analíticos —investigadores, ingenieros, ingenieros de sistemas, biotecnólogos, ingenieros de sonido, ejecutivos, abogados, asesores de planificación, administradores, publicistas y otros—. Sobre estos últimos debe decirse que se trata de un sector de una alta calificación académica, y en consecuencia, de elevados salarios e ingresos. Según los autores de la obra ya antes mencionada, este tipo de profesionales abarca actualmente el 20 por ciento de la fuerza de trabajo ocupada en los Estados Unidos. Dado el nivel de calificación académica y técnica de la mayoría de estos trabajadores es importante mencionar lo siguiente:

Los cambios tecnológicos han provocado a nivel interno, tanto de industrias, como de organismos, una reorganización radical. Pero a su vez, las condiciones de compra y venta de la fuerza de trabajo a nivel mundial y local, también se han visto alteradas. Todo esto ha generado nuevas modalidades de contratación. Obviamente que este proceso no es otro que el conocido como de flexibilización del trabajo, el cual impone en el mercado laboral nuevas pautas en la relación entre empleadores y trabajadores.

Notas Bibliográficas

(1) Según la crónica de la época, el nombre de este movimiento proviene de un dirigente obrero que utilizaba el seudónimo de Ned Ludd. Sus acciones se remontan a los años de 1811, 1812 y 1813.

(2) Un estudio de World Economic Forum publicado en el año 1993 señala que la inversión anual en computadoras y telecomunicaciones en todo el planeta alcanza para ese momento el monto de 900.000 y 200.000 millones respectivamente. Minsburg, Naun (1994). El fantasma de la competitividad. Productividad y desempleo de los 90. En: Visión: Vol. 82. N° 9. 1 al 15 de Mayo. Argentina.

(3) Alfredo Toro Hardy citando sobre el particular la obra de Paul Kennedy, Preparándonos para el siglo XXI éste último sostiene: "si un robot sustituye a un trabajador en un turno por día su costo será amortizado aproximadamente en cuatro años. Si un robot es usado en cuatro turnos, éste se pagará en dos años y si es usado en todos los turnos, se pagará en apenas un año". El Universal. 19-09-96 p. 1/5.

Bibliografía

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