tree2a.jpg (23401 bytes)Globalización, desarrollo sustentable e identidad cultural

Francisco Javier Velasco Páez. CENDES-UCV

INTRODUCCIÓN

La consolidación de una tendencia histórica que hace viable la creciente articulación  intercultural de todas las sociedades humanas consideradas a distintas escalas, constituye un potencial de enriquecimiento asombroso de la experiencia humana en medio de la diversidad. Desafortunadamente, esta potencialidad se ve enfrentada por la globalización  neoliberal que supone un proyecto explícito de imposición hegemónica, en base a una economía cada vez más excluyente de las mayorías y minorías inasimilables al modelo dominante, el pensamiento único, el reduccionismo y la homogeneización cultural. En este contexto, los problemas ambientales han pasado a ocupar un lugar innegable en la agenda de prioridades internacionales. Pero para su abordaje, se apela a la racionalidad pretendidamente ecológica del desarrollo sustentable, noción bajo la cual subyace un campo complejo de confusión intelectual, disputas ideológicas y conflictos de interés. Mayormente el discurso de la sustentabilidad deriva sus proposiciones y sus acciones hacia la provisión de estrategias de perpetuación  de los poderes establecidos. Igualmente,  haciendo del productivismo y  la eficiencia en el manejo de los recursos naturales un dogma, promueve un ambientalismo tecnocrático  que ignora toda referencia a la ética, las relaciones de poder y las identidades culturales. Ante las consecuencias de empobrecimiento cultural que se derivan de la difusión global de estos esquemas, igualmente degradantes del patrimonio natural, es urgente repensar la noción de identidad desde una perspectiva dinámica y  de pluralismo cultural en correspondencia fecunda con los marcos ecosistémicos inherente a la culturalidad.

I LA GLOBALIZACIÓN EN CUESTIÓN

El fenómeno de la globalización ha sido analizado e interpretado a partir de variadas y encontradas interpretaciones. Determinados autores identifican en este espectro posturas ante el fenómeno globalistas y optimistas  y otras detractoras y pesimistas (Beck, 1998) (Leis, 1995). Hay incluso quienes sostienen la idea de la pluralidad de las globalizaciones (De Sousa, 2001). Es indudable que  en el mundo contemporáneo operan tendencias planetarias fuertemente  orientadas hacia una determinada unificación del mundo cuya fuerza es mucho más intensa de las que se han conocido en el pasado. Somos testigos de una progresiva conjunción intercultural a través del cual se están articulando todas las sociedades y los múltiples niveles de actividad humana están conformando un sistema interdependiente que combina y recombina espacios y temporalidades.

No obstante, la apología dogmática  del tipo de globalización difundida por el neoliberalismo ha llevado a sus exponentes a sostener la tesis de la inevitabilidad de una globalidad homogénea, uniformadora, promovida por un puñado de Estados y corporaciones multinacionales. Estamos hablando de  una globalización impulsada por la expansión del mercado internacional  que no integra sino que fragmenta, que genera desigualdades extremas y deterioro ambiental acelerado y que promueve una erosión   y de las identidades.

En este esquema el término globalización  es fundamentalmente un eufemismo que denomina a un imperativo comercial de la expansión planetaria de las multinacionales que tiene lugar en un marco de controles reguladores evanescentes. Cabe aquí distinguir entre lo que significa, por un lado, un proyecto hegemónico que busca imponer la masificación, un orden económico excluyente de inmensos contingentes humanos, un pensamiento único y una uniformidad cultural que tiene por modelo  a la versión más caricatural y reducida de la cultura de masas norteamericana; y por otro lado la articulación real o potencial que de manera creciente  configura  órdenes de interconexión entre identidades societarias de distintas dimensiones.

II GLOBALIZACIÓN Y CRISIS ECOLÓGICA: EL SURGIMIENTO DEL DESARROLLO SUSTENTABLE

La globalización y sus dilemas constituyen un aspecto fundamental del mundo contemporáneo. La globalización designa a un tiempo de mercados globales y calentamiento global, con una brutal y creciente división entre los ricos y los pobres y con una progresiva difusión de la preocupación ambiental. La amplitud de la crisis ecológica y su creciente reconocimiento mundial luego de la llamada "Cumbre de la Tierra", realizada en Río de Janeiro en 1992, han puesto sobre la escena mundial la posibilidad de percepción de un destino común, signado por amenazas que no reconocen fronteras ni nacionalidades.

Para algunos vivimos una comunidad de destino (Boff, 1994): el destino de la especie humana está asociado estrechamente al destino de la biosfera. El alcance de los peligros que acechan a la vida humana en el planeta es revelado de manera minuciosa por informes, diagnósticos, prospecciones, estadísticas y escenarios  que tienen como base un sofisticado despliegue tecnológico de detección y evaluación de desequilibrios. La sorprendente precisión de los modelos climáticos aumenta rápidamente poniendo en evidencia patrones de deterioro ambiental en todo el ámbito planetario. Las percepciones de ciertos riesgos ambientales se globalizan;  fenómenos como el calentamiento global (efecto invernadero), el deterioro de la capa de ozono, la reducción de la biodiversidad   convergen en una atmósfera aparentemente favorable a la conformación de una "conciencia común cosmopolita" (Beck, 1998: 66) ante los peligros globales.

Con el despliegue de la preocupación ambiental global la imagen de la "astronave Tierra" parece más popular que nunca. Ciertamente ésta es una imagen muy difundida y en buena parte plasmada en el imaginario de grupos que muestran interés y preocupación por la situación del ambiente. Se trata de una idea asociada a  las nociones de supervivencia y seguridad del globo que dependen de los cambios que han inducido en la gente la percepción de que todos los humanos estamos en una gran nave espacial. Y la difusión de ésta imagen ha propagado simultáneamente la idea de que en toda astronave}, como ocurre con los autobuses, aviones, barcos y trenes, la mayoría de las personas son meramente pasajeros  cuyo destino y seguridad descansa en las manos de una   élite (expertos, hombres y mujeres de ciencia, tecnócratas);  este último aspecto había ya había sido advertido por Hans Magnus Enzerberger a finales de los años ochenta (Enzensberger, 1988). Además, siendo que el propósito fundamental de un grupo de personas que están abordo  de una nave espacial es el de sobrevivir, la calidad de una   vida culturalmente significativa pasa a un segundo lugar como objetivo

Agreguemos la consideración de que, dadas las limitaciones y condiciones de una nave espacial (incluso la de un artefacto sofisticado como los que podemos observar en ciertas películas de ciencia-ficción), la metáfora de ambiente y naturaleza asociada   a la nave refiere a un ámbito simplificado y uniforme refractario a la posibilidad de diversidad natural y cultural. Esta focalización en los problemas globales ha generado imágenes distorsionadas de los problemas ambientales regionales y locales, presentándolos como problemas de interés global que afectan a un patrimonio común de la humanidad y, en consecuencia, deben ser abordados y manejados globalmente (Gudynas,1993). La distorsión permite omitir el hecho de que el ambiente es primaria y eminentemente local,  que la Naturaleza se diversifica creando nichos, entrelazando lo local en su propia red. De la misma forma se ignora que las intervenciones y adaptaciones humanas permanentes en esos ámbitos son también fundamentalmente locales e incluyen instituciones, prácticas sociales, formas organizativas  y universos simbólicos diversos.

En este contexto ha surgido un discurso identificado con un globalismo ambiental cuya expresión más difundida se resume en la fórmula del  desarrollo sustentable Si a comienzos de los años setenta del siglo pasado, ante la amenaza percibida en un crecimiento desmesurado de la población, la avidez de recursos y la inadecuación ambiental de la tecnología, el objetivo de salvar al mundo se pretendía alcanzar a través de una fórmula simple, drástica y radical : la imposición de límites al crecimiento (Behrens, 1973); a mediados de los ochenta la idea de sustentabilidad fundamentada en una buena gestión de los recursos naturales y una economía "respetuosa de la biosfera" surgió como una opción atrayente, menos traumática. No obstante, a pesar de su amplia aceptación y recurrente uso el lema del desarrollo sustentable muestra signos de desgaste.

Popularizado por el "Informe Bruntdland" (CMAD, 1987) y legitimado en la Cumbre de la Tierra, el desarrollo sustentable fue definido como un proceso de cambio en el cual la explotación de los recursos naturales, la dirección de las inversiones, la orientación del desarrollo tecnológico y el cambio institucional se encuentran todos en armonía, permitiendo así incrementar  el potencial presente y futuro necesario para la satisfacción de las necesidades y aspiraciones humanas. Esto supone la adopción de ajustes dinámicos en relación a factores institucionales (tales como el estado, la comunidad y el mercado), factores económicos (que incluyen las inversiones) y factores científico tecnológicos, pero por sobre todo la definición plantea una distinción entre necesidades y aspiraciones. Dichas necesidades son referidas al contexto de la pobreza en el mundo y las aspiraciones a los patrones de vida básicos. Igualmente se establece como elemento normativo la idea de garantizar la satisfacción de las necesidades de las generaciones presentes y futuras. 

El proceso de cambios que se deriva de esta idea incluye a los ecosistemas, la demografía y las estructuras políticas y asume una perspectiva planetaria para preservar la sustentabilidad de los ecosistemas sobre los cuales descansa la economía global, procurando garantizar también la sustentabilidad de los ecosistemas. Visto así el concepto de sustentabilidad se presenta como una formulación imprecisa que no establece distinciones entre las diferentes necesidades humanas culturalmente determinadas, ni entre aquellas de los países altamente industrializados del "centro" del sistema económico mundial y los países pobres de la "periferia"; ni tampoco entre las necesidades humanas y los deseos de los consumidores en relación a la satisfacción de aquello  lo cual se orienta la mayor parte del consumo en el "centro" (consumo que, obviamente, también tiene una determinación cultural).

Otro tanto puede decirse en relación a la falta de distinción entre las necesidades de las generaciones actuales y las de las generaciones futuras cuyos patrones culturales tampoco tienen que ser los mismos. Por último, si el término sustentable significa hacer que las cosas duren  más tiempo, que sean más permanentes y durables, cabe preguntarse ¿qué es lo que  se quiere sustentar o hacer perdurar?

En la recurrencia al desarrollo sustentable como modelo para poner en práctica medidas efectivas para resolver los cada vez más graves problemas ambientales subyace un campo de confusión conceptual, enfrentamiento entre variados intereses y disputas ideológicas. En este marco, la ideología globalista ha hecho suya la preocupación ambiental  proponiendo la fórmula de la sustentabilidad como base para una gestión ambiental global que en el fondo lo que busca es la provisión de estrategias de supervivencia al capitalismo (Velasco, 1966). Al término de globalización se adosan ahora nociones de "seguridad ecológica global", "geoecología", etc. (Athanasiou, 1998: 49).

El planeta está siendo remodelado por el cálculo del intercambio comercial y la globalización de los mercados en un frenesí que ignora el contexto y las consecuencias socioculturales y socioambientales del proyecto globalizador neoliberal. En América Latina la expansión de la lógica mercantil ha generado profundas perturbaciones socioeconómicas, culturales, políticas y ecológicas. La perspectiva neoliberal que asume al mercado como el escenario social ideal, en su afán de desregulación  e ignorancia de los fines colectivos, ha promovido una gestión ambiental basada en  la privatización de los recursos naturales "…otorgando derechos de propiedad y patentes sobre variedades de plantas y animales, y transfiriendo la gestión ambiental a organismos por fuera del Estado y el control social" (Gudynas, 2000).  

Esta gestión ambiental, al privatizar bienes y recursos naturales comunes, reduce la Naturaleza a capital natural y convierte a la conservación en mero negocio o inversión financiera cuyo propósito no es la preservación de ecosistemas, especies o procesos ambientales sino la rentabilidad y la ganancia económica.  La gestión globalista del ambiente se acompaña de consignas según las cuales debemos "pensar globalmente y actuar localmente" y de llamados hechos por los planificadores ambientales  para que la gente se incorpore a una "visión compartida del futuro deseado". Igualmente incorpora una economía ambiental basada en la reducción de los valores y visiones de la Naturaleza a precios y en la concepción del conflicto sociambiental como algo que puede ser resuelto mediante el consentimiento tácito del uso de la negociación mercantil.

El globalismo verde caracteriza a los seres humanos y a la Naturaleza en su conjunto, no por el papel que desempeñan  en comunidades o culturas más o menos discretas o autónomas, sino por  el lugar que ocupan en sistemas universales y absolutos. Esta visión de lo humano y lo natural responde a una constante del llamado pensamiento  occidental en el sentido de tratar de reducir los fenómenos a un patrón único de validez universal; es una constante que fundamenta también el concepto de desarrollo. En última instancia, la obsesión de encontrar un criterio universalmente aceptado que sirve para delimitar la respuesta consensual y uniforme a todas las preguntas ha servido históricamente para justificar el colonialismo, la expropiación y el control de sociedades, culturas y patrimonios naturales. 

Siguiendo esta misma lógica, al clamar por un desarrollo sustentable que implica una reorganización de las actividades económicas y tecnológicas para hacerlas "compatibles" con la "armonía ecológica" y facilitar su emulación universal,  se refuerza el dominio y desmembramiento de totalidades sociales y ecológicas; bosques, sabanas, tierras de cultivo, ríos, lagos y ciénagas o los fragmentos de ellos que aún perduran, son aislados de los tejidos locales de subsistencia y convertidos en substratos para el productivismo y el comercio internacional sin límites. De igual manera,  se fragmentan y empobrecen los universos sociales asociados a estos sistemas naturales de los cuales millones de seres humanos derivan sustento, conocimientos tradicionales y significaciones de identificación individual y colectiva; se intensifica el ya avanzado proceso de homogeneización cultural y la precariedad de las bases de supervivencia ecológica y cultural.

En resumen, el  globalismo ecológico que pregona la sustentabilidad y asume la política ambiental desde una óptica estrictamente gerencial, hace del productivismo y   la eficiencia en el manejo de los recursos naturales un dogma, promoviendo un ambientalismo tecnocrático  que ignora toda referencia a la ética, las relaciones de poder y las identidades culturales.

III IDENTIDAD CULTURAL Y GLOBALISMO AMBIENTAL

Las consecuencias culturales que se derivan de la difusión de esquemas económicos que hacen de la eficiencia en la gestión del ambiente un artículo de fe nos plantean la necesidad de considerar el tema de la identidad cultural en el marco de la discusión sobre el desarrollo sustentable. En este sentido es conveniente destacar que el estudio integral de las identidades culturales ha representado una tarea ardua y escabrosa para quienes han intentado abordar la temática (Mato, 1993).

Hace apenas algunas décadas la fuerte presencia de la matriz positivista en el seno de las ciencias sociales inhibía los esfuerzos sistemáticos por definir y estudiar la identidad cultural. Así pues el tema tendía a ser considerado  como algo relativo a la ideología (entendida de manera simple y peyorativa), al mundo de las fantasías y las representaciones nebulosas (Mosonyi, 1995). No obstante, en la actualidad variadas aproximaciones han contribuido a la comprensión del significado de la identidad.

Sin entrar en un análisis exhaustivo del tema es conveniente pues que esbocemos una noción de identidad cultural. A tales efectos comenzaremos por establecer que   la identidad cultural implica  una construcción y no un legado pasivamente heredado (Mato, 1993: 220-221). La tarea de construcción de la identidad cultural es fundamentalmente un proceso permanente y en buena medida inconsciente, realizado por universos sociales que involucran a diversos actores y fuerzas sociales, a veces en términos conflictivos, capaces de imponer categorías ideológicas sobre una población, cuyo producto se constituye con la superposición de innumerables dimensiones. Este proceso no es único e individualizado pero su conformación involucra identidades individuales y concepciones de identidad grupal que conforman uno o más procesos de identificación social (Velásquez, 1993: 88).

La identidad cultural, definida en cualquier  esfera  (nacional, regional, local, étnica, etc.) constituye un principio de organización interna que imprime unidad, coherencia y continuidad; una pluralidad de identidades, cada una con igual validez y en un proceso constante de elaboración creadora; una suerte de rotulación transcategorial, una cobertura simbólica que abarca, no sin dejar residuos, un agrupamiento humano reductible a la unidad en cuanto colectivo, sobre la base de una o   varias características pertinentes, normalmente heterogéneas unas respecto de otras (Mosonyi,1995:9). 

Ahora bien, definiendo  la identidad cultural como lo hemos hecho en términos de  construcción permanente, fluida y  cambiante, queremos precisar que dicha construcción tiene lugar a lo largo de un espectro que  se extiende desde la identidad que deriva de profundas raíces histórico-culturales hasta la formalización reciente de nuevas identidades con alto contenido político, situacional y coyuntural (Mosonyi, 1995:10). Hay pues toda una gradación entre cuyos extremos interactúan las fuerzas de la espontaneidad y la inducción, algunas de ellas heredadas pero sin obedecer a predisposiciones genéticas, en una dinámica de reafirmación permanente en el grupo social a través de la ideología (Mosonyi, 1995).

Históricamente, la identidad cultural ha jugado un papel fundamental en la movilización de grupos étnicos, sectores populares, estados nacionales, entre otros, asignando un sentido y una fortaleza a procesos de transformación social y política y determinando el rumbo y la dinámica de las relaciones internacionales (Mato, 1993: 222). Resulta de capital importancia tener en cuenta este rol a la hora de vincular la identidad cultural con los temas de la globalización y el desarrollo sustentable.

Asumiendo como ya lo hemos hecho en la sección I que las tendencias globalizantes en el mundo actual  constituyen un hecho que no se puede negar, nos interesa poner de relieve bajo una  óptica  crítica algunos de sus efectos en las identidades culturales. Para ello comenzamos señalando que el reconocimiento de  movimientos y directrices hacia la unificación no implica la aceptación de la globalización homogeneizante y simplificadora impulsada por el neoliberalismo, la cual es emisaria de un canon cultural mediocre y envilecido. Más aún, es preciso señalar que la globalización neoliberal  guarda muy poca relación con la mundialización real o potencial de determinados fenómenos culturales.

En este caso, la difusión planetaria de determinadas prácticas, lenguas, costumbres culinarias, representaciones simbólicas, etc. no necesariamente tiene que ver con políticas culturales globales del poder transnacional, sino con la existencia fáctica de países, sociedades y culturas cuyo sola expansión demográfica y consolidación histórica representan una fuente de resistencia al pensamiento único y la cultura de clichés del proyecto neoliberal. 

No obstante, es innegable que la globalización portadora de íconos, signos y símbolos del poder económico transnacional pretende imponer una homogeneización sobre la pléyade de identidades culturales existentes en el planeta, reprimiendo el disenso, la alteridad y la diversidad en el plano del pensamiento y la cultura (Amin, 2001) (Duclos, 2001) (García, 1999) (Mosonyi, 1995) (Ramonet, 2001).

Esta acción compulsiva del poder transnacional afecta negativamente al universo de las culturas en general, pero resulta particularmente destructiva en el caso de las minorías y las formaciones socioculturales de proporciones intermedias; con ella se justifica y profundiza la prédica según la cual la cultura transnacional ya contiene todas las cosas que necesitan los otros y que esos otros (léase también identidades culturales) no son sino versiones inferiores, atrasadas o infantiles de  aquella. A esto se combina el pregón del estilo de vida de la "sustentabilidad global", que en la creencia de su propia universalidad como fórmula para garantizar la perpetuación y crecimiento de un capital natural, constituye una base para la operación de fuerzas que desconocen los límites culturales del más mínimo respeto por los seres y cosas de la Naturaleza, incluidos los seres humanos. Sin embargo, desde el punto de vista de las identidades culturales hay todavía un amplio margen de maniobra ante la globalización del poder transnacional.

IV DIVERSIDAD NATURAL Y CULTURAL EN AMÉRICA LATINA: FUNDAMENTOS PARA UNA RESPUESTA A LA GLOBALIZACIÓN

En América Latina, se está conformando una especie de diversidad cultural articulada en la cual participan componentes tradicionales e innovadores, asociada a una enorme biodiversidad y a ecosistermas no sólo variados sino únicos. El reconocimiento y la liberación creativa de esa dinámica de pluralidades nos puede permitir avanzar en la construcción de nuevos escenarios planetarios distintos a la globalización compulsiva. La vocación pluricultural y pluriétnica de nuestro continente constituye un basamento para impulsar un proceso de transformaciones colectivas que incluyen las representaciones sociales relativas a la identidad cultural en un esfuerzo de acercamiento a modos de vida, realidades sociales y ecológicas cualitativamente superiores a las actuales.

La combinación fecunda de la diversidad sociocultural y la diversidad natural, entendidas como componentes medulares del pasado, el presente y la génesis de  un futuro universo más habitable  y proclive a las potencialidades de los humanos y todas las manifestaciones de vida, puede servir de punto de partida para una agenda política de enfrentamiento al globalismo. El reconocimiento de originalidades que promueven  otras  originalidades (Rodríguez, s/f) es susceptible de constituirse en principio de validación de culturalidades específicas que sirven de alternativa a los patrones pretendidamente universales de la globalización. En este sentido, para nuestro continente resulta de capital importancia la definición de las etnicidades particulares como resultantes de matrices etnoambientales americanas que, por su índole primaria se reorganizan de manera contrastante, creativa, no conflictiva, con aportes culturales y bióticos exógenos (Rodríguez, s/f: 27).  Esta posibilidad de lo identitario en América Latina, sus naciones y regiones, debe complementarse con la inscripción de la culturalidad  en  marcos ecosistémicos inherentes que expresan innumerables orígenes (pre-etnicidades) e incontables consecuencias (etnicidades) (Rodríguez, s/f: 27).

Esta consideración se apoya en la idea de que cada ecosistema segrega una específica cultura (una matriz cognoscitiva o mitopoyesis  propiciadora de coherencia social y ecológica), un cuerpo de metáfora (pensamiento analógico) proveniente de ese ecosistema y estructurado en función del mismo (Rodríguez, 2000: 6), que constituyen sistemas complejos  y coherentes capaces de nuclear nuevos componentes y generar nuevos procesos ecosistémicos y étnicos. Sobre esta base entendemos que la Naturaleza "pura" es una ficción   y que históricamente  los universos humanos y naturales han conformado un todo articulado por una variedad de funciones y relaciones que caracterizan etnicidades ecológicas   (Parajuli, 1998).

Lo que el sentido artificial de la globalización neoliberal intenta subsumir es una realidad que no admite sustitutos, refractaria a la uniformidad  y el criterio único. La identidad cultural y el hecho ecosistémico son el rostro concreto de una abstracción denominada mundialización. La posición de las etnicidades ecológicas ante la globalización plantea la necesidad de renovarlas, desafío que implica la doble tarea de recuperación y apertura a nuevas interacciones en el marco del autoreconocimiento humano en la Naturaleza (Parajuli, 1998).

La creciente articulación  intercultural de todas las sociedades humanas consideradas a distintas escalas, constituye un potencial de enriquecimiento asombroso de la experiencia humana en medio de la diversidad. Si se puede reformular el sentido de la sustentabilidad, ubicando el término en el contexto de nuevas y múltiples significaciones no mediatizadas por la razón instrumental, el productivismo y la lógica globalista,  reconociendo los límites y modulaciones que lo cultural y lo ecológico imprimen a las relaciones entre los humanos y el mundo natural, la identidad cultural puede asumirse como un factor fundamental para el logro de la misma.

La revalorización de la identidad cultural para este  propósito supone  el reconocimiento de los regionalismos y minorías étnicas, el rescate de costumbres y de una cierta espiritualidad asociada a hábitos de convivencia con la Naturaleza. En condiciones de continuidad cultural y ecológica, esto debe proyectarse en concreciones que expresen principios de regeneración ambiental, solidaridad, interdependencia creativa entre las sociedades y entre éstas y los ecosistemas y, en última instancia, una existencia humana más plena y feliz.

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